Hay decisiones que nos llevan al borde del abismo, hay decisiones que nunca debimos tomar, hay días que mejor habríamos hecho no levantándonos de la cama, o no acostándonos el día anterior, o emborrachándonos hasta perder la conciencia o, como mal menor, cosiéndonos los labios con hilo de nailon, con una doble fila de grapas para mayor seguridad. Hay decisiones que lo cambian todo, decisiones opacas que se disfrazan de niebla pesada y gris que cae y te envuelve y te desampara y te aísla y te desespera porque nada puedes ver a través de ella, porque nada puedes ver a través de ellas aunque te dejes los ojos tratando de vislumbrar la naturaleza de lo que detrás de ellas se esconde, intentando adivinar si será mejor o peor que lo que la última decisión trajo consigo, que lo que ahora tienes, que lo que podrías tener si no pronunciaras esas palabras que tal vez mejor harías en no pronunciar pero que ya asoman por la comisura de los labios, a punto de cristalizar y cobrar forma, su camino franco y expedito (dónde está el nailon, qué pasa con las grapas), decisiones que en una fracción de segundo viajan desde el cerebro propio hasta la boca propia, que la abandonan y atraviesan raudas el espacio que las separa de los oídos ajenos, el espacio que separa, tal vez ya para siempre, dos bocas o dos manos o simplemente dos realidades, un pasado y un futuro, que hasta ese momento habían sido una, continuidad hecha trizas por una decisión que nos hace abandonar un camino para tomar otro, a menudo sinuoso, con consecuencias inesperadas que esperan pacientemente a la vuelta de una esquina que nuestra vista no llega siquiera a atisbar.
No quiero tomar más decisiones. Quiero convertirme en un tronco que flota en un río y dejar simplemente que mi vida vaya a la deriva o que la dirijan otros o el destino (si tal cosa existe) o la suerte o el infortunio o el Pato Lucas o el primer voluntario que dé un paso al frente o no dé uno hacia atrás. No quiero responsabilidad alguna, no quiero cargar con el peso de las cosas que me pasen, que te pasen, quiero no ser la causa de que pasen o no pasen, no quiero asumir mis errores, ni me interesa en absoluto adjudicarme mis aciertos. Sólo quiero no pensar, no quiero pensar más, quiero dormir un sueño infinito, despertarme y descubrir que la vida sigue su curso aunque yo no haga ningún esfuerzo por dirigir mis pasos hacia algún lugar al que no sé por qué habría de querer ir. Quiero relajarme, y olvidarme, y perdonarme, y buscarme y encontrarme. Y quiero no tener que volver a hacerlo. Y no hacerte(me) sufrir más.
Y dejar de sentirme culpable si
no
me siento feliz.
Tampoco es tanto pedir.
¿No?
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Rocketship by Kathy McCartyFoto:
Executive decision maker by jovike
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