Me pregunto si el papel siente algo cuando escribo. Si puede sentir cómo el lápiz resbala lentamente sobre su superficie. Y si ello le produce cosquillas o, por el contrario, un dolor lacerante y penoso por cada fibra que la mina arranca su paso. ¿Sentirá la taza que sostengo entre mis manos el abrazo hirviente del café?
Tal vez podría escribir más suavemente. Esperar a que el café se enfrie un poco antes de servirlo...
Me pregunto, aún más, si el papel es capaz de sentir lo que escribo, si sonreirá cuando es algo divertido o bonito, si padecerá mi desconsuelo tanto o más que yo mismo cuando las palabras caen graves y pesadas como losas. Quizá también la taza sufrirá el amargor del café, del que sólo el dulce azucar podrá redimirle.
No. No todo tiene sentido.
Te preguntas (tal vez no) si alguien puede sentir tu dolor.
A muchos kilómetros de distancia alguien derrama silenciosas y amargas lágrimas de celulosa
Obama nos ha vuelto ha sorprender. Recuerdan desde Irán que de momento son sólo palabras, y las palabras han de ser refrendadas con hechos. Y es cierto. Pero es un comienzo, un nuevo comienzo como el que representa el propio Obama, que ha supuesto un soplo de aire fresco sin precedentes para Estados Unidos y para el mundo entero, sobre todo teniendo en cuenta los derroteros que estaba tomando últimamente la política exterior estadounidense y, a su estela, la de muchos otros paises de la escena internacional. Parece que vivimos nuevos tiempos, tiempos en los que el gobierno español (junto con muchos paises europeos) se atreve a desafiar a la Iglesia Católica cuando esta, por enésima vez, se equivoca de pleno. Tiempos para la esperanza y para el cambio. Y el auténtico símbolo de estos nuevos tiempos no es otro que Barack Obama. Veremos que pasa con Irán, veremos que pasa con Israel. Veremos que pasa con Guantánamo, con Cuba, con Corea, con Afghanistan. Veremos, volviendo a casa, que pasa con ETA y el problema vasco (que son dos cosas distintas), con el estatus de la Iglesia Católica (que, no me malinterpretéis, ha hecho y hace muchas cosas buenas, también mucho daño) en un estado que se dice aconfesional, con Catalunya y el estado de las Autonomías. Con el Ulster, con el 0.7, con Kyoto, con la deuda externa, con la pena de muerte, con millones de personas condenadas a muerte por desnutrición o por enfermedades que son crónicas o letales dependiendo de donde vivas.
Hay mucho que cambiar, y los cambios, los verdaderos, los perdurables, llevan tiempo. Veremos... Pero de momento hoy Obama me ha hecho sonreir y me ha hecho tener esparanza en un futuro mejor, o al menos, menos malo. Como me decía hoy K., este hombre parece "como salido de un cuento o algo así". Y los cuentos, casi siempre, tienen final feliz.
Yes We Can.
AUDIO: Para poner un poco de contraste, Handlebars by Flobots (...I can lead a nation with a microphone, with a microphone...)
Transcripción del discurso
“Today I want to extend my very best wishes to all who are celebrating Nowruz around the world.
“This holiday is both an ancient ritual and a moment of renewal, and I hope that you enjoy this special time of year with friends and family.
“In particular, I would like to speak directly to the people and leaders of the Islamic Republic of Iran. Nowruz is just one part of your great and celebrated culture. Over many centuries your art, your music, literature and innovation have made the world a better and more beautiful place.
“Here in the United States our own communities have been enhanced by the contributions of Iranian Americans. We know that you are a great civilisation, and your accomplishments have earned the respect of the United States and the world.
“For nearly three decades relations between our nations have been strained. But at this holiday we are reminded of the common humanity that binds us together. Indeed, you will be celebrating your New Year in much the same way that we Americans mark our holidays - by gathering with friends and family, exchanging gifts and stories, and looking to the future with a renewed sense of hope.
“Within these celebrations lies the promise of a new day, the promise of opportunity for our children, security for our families, progress for our communities, and peace between nations. Those are shared hopes, those are common dreams.
“So in this season of new beginnings I would like to speak clearly to Iran's leaders. We have serious differences that have grown over time. My administration is now committed to diplomacy that addresses the full range of issues before us, and to pursuing constructive ties among the United States, Iran and the international community. This process will not be advanced by threats. We seek instead engagement that is honest and grounded in mutual respect.
“You, too, have a choice. The United States wants the Islamic Republic of Iran to take its rightful place in the community of nations. You have that right - but it comes with real responsibilities, and that place cannot be reached through terror or arms, but rather through peaceful actions that demonstrate the true greatness of the Iranian people and civilisation. And the measure of that greatness is not the capacity to destroy, it is your demonstrated ability to build and create.
“So on the occasion of your New Year, I want you, the people and leaders of Iran, to understand the future that we seek. It's a future with renewed exchanges among our people, and greater opportunities for partnership and commerce. It's a future where the old divisions are overcome, where you and all of your neighbours and the wider world can live in greater security and greater peace.
“I know that this won't be reached easily. There are those who insist that we be defined by our differences. But let us remember the words that were written by the poet Saadi, so many years ago: “The children of Adam are limbs to each other, having been created of one essence.”
“With the coming of a new season, we're reminded of this precious humanity that we all share. And we can once again call upon this spirit as we seek the promise of a new beginning.
Que incómodo es venir de un país que no tiene desfiladero de las termópilas ni machu picchu ni roca tarpeya ni popocatépetl ni galleria degli uffizi ni gran muralla china ni place des vosges ni barrio gótico ni palenque ni paseo del prater ni columnata de bernini ni cañon del colorado ni piramide de keops ni rijksmuseum ni sainte chapelle ni popul vuh ni venus del espejo ni cuevas de altamira ni philosophenweg ni tenochtitlán ni manekken pis ni taj mahal
diríase que es incómodo no por complejo de inferioridad sino porque uno realmente no sabe si está viviendo antes del prólogo o después del epílogo y tampoco intuye si es peor o mejor.
Mario Benedetti
Foto: Vista de Heidelberg desde la ventana de mi despacho en Philosophenweg
Los dioses habían condenado a Sísifo a subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.
Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. No obstante, según otra tradición, se inclinaba al oficio de bandido. No veo en ello contradicción. Difieren las opiniones sobre los motivos que le llevaron a convertirse en el trabajador inútil de los infiernos. Se le reprocha, ante todo, alguna ligereza con los dioses. Reveló los secretos de éstos. Egina, hija de Asopo, fue raptada por Júpiter. Al padre le asombró esa desaparición y se quejó a Sísifo. Este, que conocía el rapto, se ofreció a informar sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudadela de Corinto. Prefirió la bendición del agua a los rayos celestiales. Por ello le castigaron enviándole al infierno. Homero nos cuenta también que Sísifo había encadenado a la Muerte. Plutón no pudo soportar el espectáculo de su imperio desierto y silencioso. Envió al dios de la guerra, quien liberó a la Muerte de las manos de su vencedor.
Se dice también que Sísifo, cuando estaba a punto de morir, quiso imprudentemente poner a prueba el amor de su esposa. Le ordenó que arrojara su cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por una obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron de nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por el cuello, le apartó de sus goces y le llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca.
Se ha comprendido ya que Sísifo es el héroe absurdo. Lo es tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida le valieron ese suplicio indecible en el que todo el ser se dedica a no acabar nada. Es el precio que hay que pagar por las pasiones de esta tierra. No se nos dice nada sobre Sísifo en los infiernos. Los mitos están hechos para que la imaginación los anime. Con respecto a éste, lo único que se ve es todo el esfuerzo de un cuerpo tenso para levantar la enorme piedra, hacerla rodar y ayudarla a subir una pendiente cien veces recorrida; se ve el rostro crispado, la mejilla pegada a la piedra, la ayuda de un hombro que recibe la masa cubierta de arcilla, de un pie que la calza, la tensión de los brazos, la seguridad enteramente humana de dos manos llenas de tierra. Al final de ese largo esfuerzo, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, se alcanza la meta. Sísifo ve entonces cómo la piedra desciende en algunos instantes hacia ese mundo inferior desde el que habrá de volver a subirla hasta las cimas, y baja de nuevo a la llanura.
Sísifo me interesa durante ese regreso, esa pausa. Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra. Veo a ese hombre volver a bajar con paso lento pero igual hacia el tormento cuyo fin no conocerá jamás. Esta hora que es como una respiración y que vuelve tan seguramente como su desdicha, es la hora de la conciencia. En cada uno de los instantes en que abandona las cimas y se hunde poco a poco en las guaridas de los dioses, es superior a su destino. Es más fuerte que su roca.
Si este mito es trágico lo es porque su protagonista tiene conciencia. ¿En qué consistiría, en efecto, su castigo si a cada paso le sostuviera la esperanza de conseguir su propósito? El obrero actual trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la magnitud de su miserable condición: en ella piensa durante su descenso. La clarividencia que debía constituir su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se venza con el desprecio.
Por lo tanto, si el descenso se hace algunos días con dolor, puede hacerse también con alegría. Esta palabra no está de más. Sigo imaginándome a Sísifo volviendo hacia su roca, y el dolor estaba al comienzo. Cuando las imágenes de la tierra se aferran demasiado fuertemente al recuerdo, cuando el llamamiento de la felicidad se hace demasiado apremiante, sucede que la tristeza surge en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, la roca misma. La inmensa angustia es demasiado pesada para poder sobrellevarla. Son nuestras noches de Getsemaní. Pero las verdades aplastantes perecen de ser reconocidas. Así, Edipo obedece primeramente al destino sin saberlo, pero su tragedia comienza en el momento en que sabe. Pero en el mismo instante, ciego y desesperado, reconoce que el único vínculo que le une al mundo es la mano fresca de una muchacha. Entonces resuena una frase desmesurada: "A pesar de tantas pruebas, mi avanzada edad y la grandeza de mi alma me hacen juzgar que todo está bien". El Edipo de Sófocles, como el Kirilov de Dostoievski, da así la fórmula de la victoria absurda. La sabiduría antigua coincide con el heroísmo moderno.
No se descubre lo absurdo sin sentirse tentado a escribir algún manual de la felicidad. "¡Eh, cómo! ¿Por caminos tan estrechos...?" Pero no hay más que un mundo. La felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables. Sería un error decir que la dicha nace forzosamente del descubrimiento absurdo. Sucede también que la sensación de lo absurdo nace de la dicha. “Juzgo que todo está bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del nombre. Enseña que todo no es ni ha sido agotado. Expulsa de este mundo a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres.
Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo súbitamente devuelto a su silencio se elevan las mil vocecitas maravilladas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierte en su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando.
Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
(Fragmento de "El mito de Sísifo" de Albert Camus)
Audio: Hoy una rareza: Sysyphus (parts I-III) de Pink Floyd (para el que se atreva, hay una Part IV)
Credits: Pintura obra de Marek Zulawski, vista en "La antorcha de Krauss" (blog muy recomendable)
Busco el mágico reino de Oz. Sólo tengo una vaga idea de dónde podría encontrarse, y en lo más profundo de mi ser sé que jamás lograré estar ni tan siquiera cerca de allí. Pero sigo caminando, por alguna razón no puedo detenerme. A mi alrededor todo son tinieblas y no veo a nadie más; puede que, al igual que las puertas de la Ley del cuento de Kafka, la ciudad buscada por cada persona se halle en un lugar diferente, solamente destinado a ella; pero también podría haber otros muy cerca, perdidos como yo, vagando erráticamente en busca de un imposible que quizás ni siquiera importe. Puede que nadie más busque.
Cada cierto tiempo doy un paso en falso, en la dirección equivocada, un movimiento que me aleja un poco más de mi ya de por sí inalcanzable destino. Soy consciente de mi error apenas un instante después de cometerlo, antes incluso de que el estridente silbido de la flecha rasgue el aire a escasos metros de mí. El Arquero nunca hierra el blanco, al menos nunca lo ha hecho hasta ahora. Con una precisión casi inhumana, desafiando la densa telaraña de oscuridad que todo lo invade, castiga inexorablemente todos y cada uno de mis deslices.
Lo que debería ser tan sólo un instante deviene una eternidad. Siempre es así. Puedo sentir como el frío metal se va abriendo paso poco a poco. Percibo cada fibra que es desgarrada, cada vaso que se rompe, cada terminación nerviosa que se interpone en su camino. Es un sufrimiento que trasciende las posibilidades del lenguaje. Decepción, culpabilidad, arrepentimiento, ira. Todas ellas y ninguna, con una intensidad tan insoportable que por momentos uno teme enloquecer. Luego todo pasa. El silencio vuelve a adueñarse del espacio y del tiempo y yo reemprendo la marcha; después de unos pocos pasos ya no estoy seguro de que nada de esto haya ocurrido realmente.
Hoy por vez primera he pensado en la posibilidad de que esos pasos en falso no sean fortuitos. Al principio me pareció absurdo, pero la idea ha ido cobrando lentamente fuerza en mi cabeza, hasta un punto en que ya no soy capaz de descartarla. Tal vez, después de todo, sea verdad que el vértigo no es el miedo a la caída sino más bien el espanto que despierta en nosotros el deseo de caer, de hundirnos en una profundidad que en el fondo nos seduce y nos atrae. Hay algo poético en el dolor, en sentirse desgraciado. Hay también algo noble y purificador en el hecho de descargar un látigo voluntariamente contra los propios hombros, aunque puede que esto sea simplemente una mentira que nos permite seguir caminando, ir cubriendo nuestros errores con un delicado velo de irrealidad.
Es posible que simplemente busque el final, el día en que una flecha más certera que las demás acabé con mi infructuoso deambular. Sin embargo ninguna de estas posibilidades me convence por completo. En realidad sospecho que comprobar la presencia del Arquero hace que, durante unos breves momentos, me sienta menos solo, que por un instante todo cobre sentido. Me pregunto si no seré yo mismo quien ha creado las tinieblas. Si no existieran, puede que me viera obligado a reconocer que soy yo quien dispara las flechas. Y tal vez eso sí sería demasiado duro.
"Before the law, there stands a guard. A man comes from the country, begging admittance to the law. But the guard cannot admit him. Can he hope to enter at a later time? "That is possible," says the guard. The man tries to peer through the entrance. He had been taught that the law should be accessible to every man. "Do not attempt to enter without my permission," says the guard. "I am very powerful. Yet I am the least of all the guards. From hall to hall, door after door, each guard is more powerful than the last." By the guard's permission, the man sits down by the side of the door, and there he waits. For years, he waits. Everything he has, he gives away in the hope of bribing the guard, who never fails to say to him, "I take what you give me only so that you will not feel that you have left something undone." Keeping his watch during the long years, the man has learned to know even the fleas in the guard's fur collar. The man growing childish in old age, he begs the very fleas to persuade the guard to change his mind and allow him to enter. His sight has dimmed, but in the darkness he perceives a radiance streaming immortally from the door of the law. And now, before he dies, all he's experienced condenses into one question, a question he's never asked. He beckons to the guard. Says the guard, "You are insatiable! What is it now?" Says the man, "Every man strives to attain the law. How is it then that in all these years, no one else has ever come here, seeking admittance?" His hearing has failed, so the guard yells into his ear, "No one else but you could ever have obtained admittance! No one else could enter this door! This door was intended only for you! And now, I am going to close it." This tale is told during the story called "The Trial". It has been said that the logic of this story is the logic of a dream... a nightmare."
Traducción (No es literal, porque la versión de Welles tampoco es completamente fiel al original)
Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta al guardián y le pide que le deje entrar. Pero el guardián contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde se lo permitirá.
- Es posible - contesta el guardián -, pero ahora no.
La puerta de la ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardián lo ve, se ríe y le dice:
- Si tantas ganas tienes - intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros tantos guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo soportar su vista.
El campesino no había imaginado tales dificultades; pero el imponente aspecto del guardián, con su pelliza, su nariz grande y aguileña, su larga bárba de tártaro, rala y negra, le convencen de que es mejor que espere. El guardián le da un banquito y le permite sentarse a un lado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta entrar un sinfín de veces y suplica sin cesar al guardián. Con frecuencia, el guardián mantiene con él breves conversaciones, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final siempre le dice que no todavía no puede dejarlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo muchas cosas para el viaje, lo ofrece todo, aun lo más valioso, para sobornar al guardián. Éste acepta los obsequios, pero le dice:
- Lo acepto para que no pienses que has omitido algún esfuerzo.
Durante largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años abiertamente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo entre murmullos. Se vuelve como un niño, y como en su larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, ruega a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz o si sólo le engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota inextinguible de la puerta de la ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte endurece su cuerpo. El guardián tiene que agacharse mucho para hablar con él, porque la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo.
El domingo, para variar, hizo un día bastante bueno, así que aproveché para irme a triscar por la montaña con tres chicos alemanes y Jose, un físico de Madrid que también está en mi Instituto:
La verdad es que dimos una buena vuelta (17 km) y lo pasamos muy bien. Una cosa que me llamó la atención es que salimos directamente caminando desde Bismarkplatz (la plaza principal de Heidelberg), es todo un lujo no tener que coger el coche, ni el tren ni nada para llegar a la montaña, simplemente agarrar la mochila y ponerte a andar. También me sorprendió que aun quedaba bastante nieve:
y eso que tampoco estamos tan altos y ya hace varias semanas que no cae ni un copo, pero supongo que la temperatura acompaña. Básicamente, lo que hicimos fue subir hasta un sitio desde donde hay una vista panorámica de Heidelberg bastante espectacular:
(también se puede llegar en funicular, o sea que no temáis los que estéis pensando en venir a visitarme, prometo no haceros andar más de 16.5 km en ningún caso) y donde nos tomamos un bratwurst y una cerveza bastante espectaculares también. Para bajar, fuimos por otro camino que nos llevo hasta el castillo de Heidelberg:
desde donde también hay una vista bien chula de la ciudad, esta vez desde más cerca:
Una vez de vuelta en la ciudad, un chocolate bien calentito para reponer fuerzas, y el lunes, sorpresa sorpresa...todo el día lloviendo sin parar :-(
Cierto día, Chuang Tzu se quedó dormido y soñó que era una mariposa, revoloteando muy contento por ahí. Y la mariposa no sabía que era Chuang Tzu soñando. Luego despertó y volvió a ser el de siempre, pero ahora no sabía si era un hombre soñando que era una mariposa o una mariposa soñando que era un hombre.