Samuel Butler (in "A First Year in Canterbury Settlement", 1863)
La historia del Monte Cook es la historia de Aoraki. Aoraki y sus tres hermanos, los hijos de Rakinui (el Padre Cielo), se encontraban de viaje por Papatuanuku (La Madre Tierra) cuando sobrevino el desastre y su canoa encalló en un arrecife y volcó. Los viajeros subieron a lo alto de la canoa y después de un tiempo, el viento del sur los congeló y los convirtió en piedra. La canoa se convirtió en la Isla Sur de Nueva Zelanda (cuyo nombre en maorí es precisamente "Te Waka a Maui", es decir "la canoa de Maui" -aunque Maui era otro tipo con su propia leyenda, pero lo bueno de los mitos es que tampoco hay que pedir que sean consistentes...lo que si parece claro es que la isla Sur es una canoa, fuera quien fuera su propietario.) Mientras, Aoraki, que era el más alto de los hermanos, se convirtió en el majestuso Monte Cook, con sus tres hermanos y el resto de la tripulación conformando los otros picos de los Alpes del Sur.
La historia del Monte Cook también es, desde este año, la mía y la de mi padre (para quién no lo sepa mi padre, ni corto ni perezoso, se vino a las "antídopas" a viajar con su retoño, useasé yo. Oceanía entera tembló durante 8 días ante tal combinación). Nuestro primer día de viaje nos llevó hasta esta mole de 3754 metros, con nieves perpetuas y glaciares y toda la pesca. Yo iba un poco cansado, porque la noche anterior salí por Christchurch con un onubenese de Sevilla que conocí en el albergue. El tío andaba preocupado porque atraviesa una mala racha (CASI un mes decía el tío que llevaba "sin mojar"...yo desde luego, esa racha la firmaba), e intentó solucionarlo mediante la conquista de algún ser humano femenino (y neozelandés para más inri). Hasta 4 veces 4 lo intentó el tío, con un éxito que podríamos calificar (sin temor a equivocarnos) de nulo, y es que con su atrevido estilo hispalense no logró que ninguna de las mozas aguantara a su vera más de 30 segundos (no obstante, hay que reconocerle el arrojo, que ya es algo. Otros ni siquiera podemos presumir de eso.) Pero en fin, esa es otra historia, así que volvamos a la crónica del viaje.
Una de las cosas buenas de viajar con mi padre es que hemos hecho muchas cosas que a mí ni se me habrían pasado por la cabeza, fundamentalmente por mi natural reticencia a la realización de actividades demasiado túristicas y/o no gratuitas (ambas categorías suelen venir de la mano.) Cosas, sin embargo, muy chulas en la mayoría de los casos, y que quedarán grabadas en mi retina. Cosas como...

...un vuelo en avioneta sobre el Monte Cook, aterrizaje en el glaciar incluido. Lo decía en mi anterior entrada sobre Nueva Zelanda, que no creo que nadie (tú tampoco Menendez, confiesa) haya tenido el valor de leerse entera: desde el cielo, todo se ve hermoso. Hermoso con la belleza de lo que uno no tiene, de lo que no contempla sino en contadas ocasiones. Sin embargo, desde el suelo, las cosas también son hermosas, sólo hay que saber mirar con otros ojos.
Lo malo es cuando uno no es capaz de hacer eso, mirar con otros ojos. Lo malo, aún más, es cuando uno siempre ansía estar dónde no está. Suspirando desde el suelo por volar alto. Añorando desde el cielo la sensación de la tierra firme bajo los pies. Condenado, al fin y al cabo, a la más amarga de las infelicidades, que es la del que lo tiene todo y no lo sabe, porque sólo puede fijarse en lo que le falta.
Después de la avioneta, caminata a pie, hasta el borde mismo del glaciar; bueno, en verdad, unos cien metros antes del borde mismo del glaciar un torrente de montaña nos corta el paso. No encontramos ningún vado y además la noche está cayendo, así que volvemos al aparcamiento: aún tenemos que hacer unos cuantos kilómetros para llegar a nuestro siguiente destino. El día ha dado mucho de sí, tanto que se nos ha hecho demasiado tarde: los restaurantes (no digamos ya los supermercados) están cerrados, no queda nadie en la recepción de los hoteles. Exhaustos, paramos en una gasolinera, apagamos el motor y las luces y, con una sonrisa en la cara, nos disponemos a pasar una noche incómoda como pocas...pero feliz como tampoco muchas.
Como gran aficionado al Flight Simulator que soy debes saber que estas fotos me han matado de la envidia!!!! ¿Aterrizando en la nieve con skys? ¿Entonces también despegasteis con skys? ¿Había pista o aprovechasteis alguna zona llana?
ResponderEliminarJa, ja...despegamos con ruedas (sobre tierra) y el piloto desplegó los esquís en vuelo mediante un sistema mecánico (vamos, dándole a una manivela...y a la vuelta, a la inversa claro)...fue una pasada! En la nieve no había pista, aprovechamos, como dices, una zona llana. Abrazos!
ResponderEliminarNo te quedes inmóvil
ResponderEliminaral borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo
- Mario Benedetti
Muchas gracias por tu visita Consol! Y también por el poema de Benedetti, a quien siempre es un placer leer. Me parece, la verdad, muy difícil no salvarse, antes o después, en algún punto del camino...no sé si habrá alguien que pueda evitarlo...todo esto me está recordando al personaje de Paul Newman en "La leyenda del Indomable". Creo que ya tengo material para un nuevo post! :-) Abrazos!
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